La conmemoración del 5 de octubre y del triunfo del No en el plebiscito de 1988 es una fecha paradojal, llena de significados y ciertamente más amplia que lo que efectivamente sucedió aquel día, hace ya más de 20 años. Y es que la principal fortaleza que logró capitalizar la oposición política por esos años, se ha transformado hoy en su peor debilidad: la sensibilidad y sintonía ciudadana. En efecto, los partidos políticos de oposición supieron escuchar, canalizar, ordenar, promover las demandas de la ciudadanía oprimida por la dictadura y presentar un proyecto viable de país distinto, en donde el crecimiento económico fuera compatible con la paz social. Por de pronto, hoy por hoy, incluso quienes votaron por la opción Si debiesen conmemorar y celebrar este día, pues el fortalecimiento de nuestra sociedad democrática nos pertenece a todos, a todas.
Este paradojal 5 de octubre sorprende a Chile con las más grandes movilizaciones sociales en décadas, y es que tras las demandas estudiantiles se aloja un sentimiento mucho más profundo de necesidad de cambio, tan amplio que representa a las inmensas mayorías que hoy apuntan su descontento al modelo económico neoliberal estructurado en nuestro país hace más de treinta años.
Es por eso que se equivoca el gobierno y los partidos de oposición al pensar que estamos en presencia de una protesta o movimiento más que apunta a la contingencia o coyuntura, desconociendo que esta vez se trata de algo estructural, de un nuevo contrato social, político y económico, sólo comparable con el que surgió para el Chile de la transición aquel 5 de octubre.
La estructura electoral y política no responde hoy, si es que en algún momento respondieron, a las necesidades de mayor participación y mejor representación de la ciudadanía. Pendientes están por décadas el cambio del sistema binominal que tantos beneficios ha traído a los partidos tanto de la Alianza, como de la Concertación; el voto para chilenos y chilenas en el exterior; inscripción automática; iniciativa popular de ley; elección revocatoria que permita cesar en su cargo a autoridades electas que no cumplan; financiamiento público de partidos políticos, asociado a un perfeccionamiento a la prohibitiva ley que hoy existe para crear nuevos partidos; facilitar y promover instancias de participación directa como plebiscitos, consultas vinculantes, entre otras en barrios, comunas, regiones y el país; modificar el sistema de reemplazo de autoridades electas, terminando así efectivamente con los senadores, diputados, alcaldes y concejales designados, devolviendo esta facultad a la ciudadanía; en definitiva Chile necesita una nueva Constitución Política legitimada, democrática y que sea expresión fiel de su soberanía, es decir emanada de una asamblea constituyente.
El nuevo contrato social regulado por una nueva Constitución que defina el rol que le cabe hoy y en el futuro al Estado, a la sociedad civil y al mercado, distinguiendo con precisión los ámbitos de responsabilidad de cada cual en materias de salud, educación, previsión social, relaciones internacionales, inversiones, seguridad pública, medioambiente, permitiría organizar y regular una sociedad confusa que avanzó involuntariamente desde un modelo estado-céntrico (donde el Estado era el principal proveedor de los bienes y servicios que requería) a uno mercado-céntrico (donde el propio mercado se autoregula y asigna los bienes y servicios que cada uno puede pagar) generando las bases de una sociedad justa, integrada, equitativa, de derechos y garantías, donde es posible que coexistan un mercado seguro, transparente y sano, con un Estado social que no sólo regula, sino que también ejecuta con eficiencia y trasparencia aquellas materias que son de su responsabilidad, en donde el mercado ha demostrado en treinta años que no lo hace bien y en donde las inequidades han crecido a niveles escandalosos…
Este cinco de octubre nos encuentra no con un plebiscito, pero si con nuevas, antiguas y grandes demandas. Esperemos qué los partidos que tienen representación parlamentaria estén hoy en condiciones de escuchar y abrirse a la voluntad de cambio que la inmensa mayoría promueve, renovando estilos y modelos de hacer política, vinculándose efectivamente con la ciudadanía en el fortalecimiento de la sociedad democrática y la reinvención del Estado. ¡El cinco de octubre ha muerto, que viva el 5 de octubre!
Cristian Quiroz Reyes